No todas las revoluciones garantizan igualdad ni justicia
Cuando la dictadura es un hecho, la revolución se vuelve un derecho.
(Victor Hugo)
Patricia Barba Ávila
Numerosas revoluciones han ocurrido en distintos momentos alrededor del mundo. Algunas de ellas han tenido un significativo impacto no sólo al interior del país donde se llevan a cabo sino a nivel global. Por otra parte, no todos los procesos revolucionarios son generados e impulsados por los mismos motivos ni en iguales circunstancias y eso ha determinado el carácter de su influencia social nacional e internacional. El análisis de cuatro importantes gestas insurgentes nos dará luz sobre su esencia e impacto sociopolítico:
La guerra de independencia o, como muchos la llaman, revolución norteamericana, ocurrida entre 1775 y 1783 fue motivada por el interés de los habitantes de 13 colonias para librarse del control de la imperial corona británica y ciertamente sentaría las bases para el surgimiento de un país que con el transcurrir del tiempo, se convertiría en el imperio más depredador de la historia…vaya ironía. Aquí es imprescindible subrayar que cuatro de las 13 colonias: Georgia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Virginia, basaban su prosperidad en el trabajo de alrededor de 500,000 esclavos negros que laboraban bajo condiciones infrahumanas en plantaciones de algodón, tabaco y azúcar. Es decir, esta guerra “revolucionaria” estaba fundamentada en defender de manera exclusiva, los derechos de los colonos a quienes parecía injusto el trato que el Rey Jorge III les daba pero en absoluto les molestaba la conciencia el cruel e inhumano trato que ellos propinaban a sus infortunados esclavos. Estas características, sin duda alguna, definirían el destino de este país que se transformó en un auténtico azote y amenaza para la paz, la justicia y la soberanía del resto de los pueblos en este y otros continentes.
¿Cómo se diferencia la “revolución” norteamericana de la Revolución Francesa, la Revolución Mexicana, la Revolución Rusa o la Revolución Cubana? Respecto de la primera ocurrida entre 1789 a 1799, queda claro que las motivaciones fueron completamente distintas, aunque existan historiadores que califican a los Estados Unidos como la nación liberal y democrática que surgió de una guerra de independencia inspirada en los principios políticos de libertad, igualdad y fraternidad. Es decir, en la Francia del Siglo XVIII la corrupta, explotadora y dispendiosa realeza había llegado a tales excesos que provocó una verdadera revuelta del empobrecido pueblo francés, que no estaba constituido por comerciantes y empresarios indignados por no tener injerencia en la determinación de los impuestos que debían pagar un rey, sino por cientos de familias que no tenían ni para comer y que veían a sus seres queridos morir de hambre y enfermedades curables mientras su opulenta “nobleza” derrochaba el dinero en orgías interminables. No es casual que el lema enarbolado por los impulsores de este proceso popular insurgente era ni más ni menos que Liberté, Egalité, Fraternité.
Respecto de la Revolución de Octubre de 1917 (llamada así bajo el calendario juliano, pues de acuerdo con el gregoriano, realmente ocurrió en noviembre) en la Rusia de los zares, sucedía algo muy parecido: grandes masas de desposeídos que padecían un régimen extremadamente abusivo, con el poder concentrado en el Zar Nicolás II y la Zarina Alejandra. De hecho, el término zar se deriva del latín caesar, título que se daba a los emperadores romanos. El lema de los bolcheviques era: Paz, Pan y Tierra y reflejaba con toda claridad la profundidad ideológica de las demandas de esa sociedad tan brutalmente empobrecida y que pretendía dotar de poder gubernativo a los soviets (consejos populares), al proletariado. Su líder, el insigne Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, fundamentó los objetivos de esa gran gesta revolucionaria, en buena medida, en el análisis del ideólogo, filósofo y sociólogo alemán Karl Marx respecto del capitalismo naciente en Inglaterra a partir de la revolución industrial. Aquí también queda clara la diferencia abismal entre las revoluciones rusa y francesa y la guerra de independencia norteamericana.
En cuanto a la Revolución Cubana desarrollada entre noviembre de 1956 y enero de 1959, tuvo su génesis en las condiciones de extrema miseria a las que había sido reducida la enorme mayoría del pueblo cubano bajo el régimen entreguista del dictador Fulgencio Batista cuyo mandato transformó la isla en un gran burdel manejado por la mafia y el gobierno estadounidense. Fue bajo el liderazgo de un personaje de gran humanismo e inteligencia, Fidel Alejandro Castro Ruz, que esta guerra desembocó en un proceso de profunda transformación que fundamenta sus objetivos en los ideales del Padre de la Independencia Cubana José Martí. Un análisis cuidadoso del comportamiento de los guerrilleros de la Sierra Maestra a los que se unió el médico argentino Ernesto “Che” Guevara y líderes como Camilo Cienfuegos, todos caracterizados por una marcada empatía hacia los más desprotegidos y despojados, arroja luz respecto de la diametral diferencia entre lo que impulsó a los colonos norteamericanos a rebelarse contra la corona británica y las razones por las que los revolucionarios cubanos se enfrentaron al imperio más depredador de la historia.
Aquí creo necesario aclarar por qué no considero pertinente catalogar la guerra de independencia en el vecino país como una revolución. Y es que el término “revolución” implica una modificación estructural de las condiciones en las que vive una sociedad. En el caso de las 13 colonias y, específicamente las 4 colonias sureñas cuya prosperidad se basaba en el trabajo esclavo de alrededor de medio millón de seres humanos de raza negra, jamás se buscó transformar esas condiciones infrahumanas impuestas por colonos que, irónicamente, protestaban contra el “maltrato” que sufrían por parte del monarca inglés. Huelga decir que esos sentimientos de rebeldía empresarial en nada se asemejan a la empatía y sensibilidad de los revolucionarios rusos o cubanos respecto del sufrimiento de amplias mayorías populares sujetas a regímenes profundamente crueles e inhumanos.
En relación con la Revolución Mexicana, cuyo 110 aniversario acaba de ser conmemorado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador, líder de un proceso que muchos consideran una “revolución pacífica”, lo cierto es que pese a haber tenido como precursores a gigantes del pensamiento humanista como Ricardo Flores Magón, asesinado en la prisión de Leavenworth, Kansas, no tuvo como consecuencia la cristalización de los ideales que perseguían héroes como el propio General Emiliano Zapata Salazar en el sur, y el General Francisco Villa en el norte. Tristemente, la pérdida de aproximadamente un millón de vidas no sirvió para que las grandes mayorías disfrutaran de Tierra y Libertad, el lema atribuido a Flores Magón y adoptado por Zapata. Tampoco se logró la justicia y la libertad que anhelaban los que generosamente entregaron su vida por estos ideales. Tal como ocurre con las revoluciones rusa y cubana, la mexicana estuvo impulsada por los mismos propósitos y, por tanto, pese a que hubo personajes que traicionaron las metas buscadas tanto en México como en la Unión Soviética (hoy desaparecida), lo innegable es que sus motivaciones fueron una profunda sed de justicia.
No creo necesario enfatizar el hecho de que el Partido Revolucionario Institucional, surgido de esta gesta insurgente, se transformó en una verdadera cofradía de delincuentes que junto con otro instituto, el Partido Acción Nacional (PAN) se encargó de entregar la riqueza nacional a las oligarquías transnacionales generando enorme miseria y sufrimiento del pueblo mexicano.
Respecto del PAN, hay quienes ignorando la historia, insisten en catalogar a este partido como una opción “democrática”, algo insostenible si consideramos que lo que buscaron sus fundadores fue, precisamente, oponerse a las políticas implementadas por el presidente más extraordinario del Siglo XX en México: el General Lázaro Cárdenas del Río y cuya intención fue la de restituir la justicia a los sectores más desprotegidos así como garantizar el bienestar de toda la sociedad mediante el afianzamiento de la economía y la industria nacionales. Aparejada a estos logros de justicia social, el General Cárdenas se distinguió por su generosa acogida de exiliados españoles, chilenos y argentinos, así como del apoyo que brindó a Fidel Castro y los revolucionarios que partieron de México hacia Cuba en 1956. Tanto la política interior como la exterior ejercida por este insigne estadista sigue llenando de orgullo a amplios sectores de la sociedad mexicana.
El Siglo XXI ha sido testigo de procesos revolucionarios en distintas naciones latinoamericanas. En Venezuela el liderazgo de un personaje tan extraordinario como el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, iniciador de la Revolución Bolivariana y la corriente ideológica conocida como “chavismo” que en 1999 con su llegada a la presidencia, inició una profunda transformación social en beneficio de millones de desheredados. En Argentina en 2003 la llegada de Néstor Kirschner al poder logró el rescate de este país dejado en la bancarrota por el neoliberal de cepa Carlos Menem, entregado completamente a defender los intereses del imperio norteamericano. En Ecuador, con la llegada al poder de Rafael Correa Delgado en 2007, liderando el Partido Movimiento Revolución Ciudadana, este pueblo vio reivindicados muchos de sus derechos. En Bolivia, país caracterizado por una población mayoritariamente indígena y escenario de una auténtica revolución multicultural que llevó a la presidencia en 2006 al líder cocalero quechua Evo Morales Ayma, a la cabeza del Movimiento Al Socialismo, contra la férrea oposición y enojo de los sectores más retardatarios y racistas en aquél país. En Brasil, la llegada a la presidencia en 2003 del líder obrero sindicalista y fundador del Partido de los Trabajadores Luiz Inácio Lula Da Silva, marcó un mandato en el que millones de brasileños se beneficiaron con políticas tendientes a disminuir las enormes desigualdades en aquella nación. La gestión de todos estos mandatarios latinoamericanos estuvo caracterizada por las mismas políticas de reivindicación de los derechos humanos y dignidad de sus pueblos y enfrentaron una guerra sin cuartel que todavía perdura, por parte de las oligarquías locales y extranjeras que no se resignan a perder las inmensas ganancias extraídas de la explotación de los recursos de esas naciones.
Una característica fundamental de todas estas revoluciones sociales es que no fueron armadas sino mediante procesos electorales, aunque esto no las ha eximido de intentos golpistas encabezados por oligarquías enfurecidas por la pérdida de privilegios y apoyadas por el gobierno norteamericano, en las que se han empleado acciones de extrema violencia y desestabilizadoras conocidas como “guerras de cuarta generación” y golpes “blandos”. La judicialización (lawfare) consistente en inventar supuestos delitos con los que se encarcela a líderes políticos considerados una amenaza para la “seguridad nacional” de los E.U., han sido parte de toda la estrategia diseñada a derrocar a estos mandatarios incómodos.
Lo cierto es que los actuales protagonistas de los movimientos emancipadores están siendo los pueblos. Estamos atestiguando una nueva realidad en la que la participación de ciudadanos otrora indiferentes a la acción política, están logrando hazañas como la recuperación del estado de derecho en la Bolivia Plurinacional, o la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en México, o las manifestaciones cada vez más nutridas en contra de regímenes neoliberales y abusivos como está ocurriendo en Colombia, Chile, Paraguay, Perú. Ecuador, etc. Nuevos vientos de insurrección soplan en nuestra América y hacemos votos porque más temprano que tarde, el sueño bolivariano de la Patria Grande, se concrete en una luminosa realidad.
Las revoluciones se producen en los callejones sin salida. (Bertolt Brecht)