En la democracia es el pueblo el que manda…

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…siempre y cuando el pueblo esté bien informado

“Prohibido prohibir”…”la libertad ante todo” (Presidente López Obrador. Conferencia mañanera 21/12/2020)

Patricia Barba Ávila

Conocí personalmente al hoy Presidente Andrés Manuel López Obrador hace aproximadamente 25 años durante una reunión de la organización política en la que militaba (no partido político) y que lo invitó a un encuentro en la capital de Oaxaca. En ese entonces era un líder social y había sido invitado al evento. Estaba sentada justo enfrente de él tomando un café en el zócalo de esa hermosa ciudad. En aquellos momentos no imaginaba que AMLO llegaría a convertirse en el primer mandatario del país y tampoco que alcanzaría la enorme altura de estadista enfrentando de la mejor manera posible una crisis “plandémica” creada ex profeso por los poderes fácticos que siempre han pretendido, y en muchos casos lo han logrado, controlar a naciones enteras.

El día de ayer, diciembre 21 del año 2020, que he dado en llamar “el año en que se desterró la racionalidad del pensamiento”, nuestro presidente dio muestras de la gran inteligencia emocional y analítica que posee al responder con sabiduría a la muy atinada pregunta de un reportero sobre la obligatoriedad de la vacuna. Lo que contestó AMLO quedará en los anales de nuestra historia como la postura más racional, humanista y respetuosa de la libertad de su pueblo para decidir lo que más le convenga y para cerrar con broche de platino la conferencia, pidió a Jesús Ramírez que tocara el maravilloso poema musicalizado “Para la libertad” de Miguel Hernández interpretado por Juan Manuel Serrat. No pude evitar que me brotaran las lágrimas. Estaba conmovida porque ese poderoso mensaje de enorme humanismo es más que agradecible en medio del oscuro escenario que padecemos en el que nuestros derechos y libertades están siendo coartadas bajo el pretexto de “proteger nuestra salud”.

A nadie de los entusiastas de la “COVID 19” se les ocurre siquiera preguntarse qué es lo que hay detrás de esta maraña de distorsiones, medias verdades, mentiras descaradas que rodean la existencia de un virus que de acuerdo con virólogos y epidemiólogos de distintos países, no ha sido plenamente identificado siguiendo los estrictos protocolos establecidos en la materia. Lo que sí queda claro son varias circunstancias que merecen ser analizadas y debatidas:

1. Considerando el total de la población mundial que ronda ya casi los 8 billones (7 billones, 834 millones, 105 mil 848 y contando), el número de “infectados” (de acuerdo con una prueba cuyo inventor, Kary Mullis la descalificó como método idóneo de detección del virus SARS Cov2 (las siglas significan: Severe Acute Respiratory Syndrome coronavirus 2), asciende aproximadamente al 10%: 78 millones, 714 mil 533 “casos”, es decir, personas que presumiblemente tienen el virus aunque no todos estén enfermos o presenten síntomas. De este total de “casos”, los que se han llegado a enfermar y se han recuperado ascienden a más del 50%: 55 millones, 355 mil 092 personas y los que han fallecido suman apenas 1 millón 730 mil 737, es decir, no representa siquiera el 0.1% del total de “casos” (y aquí hay que resaltar la importancia de aclarar que en su gran mayoría, los que han perdido la vida han padecido enfermedades crónicas severas como la diabetes, presión arterial alta, problemas cardiacos, insuficiencia renal, insuficiencia respiratoria, asma, tabaquismo, obesidad. Es decir, han tenido muy deteriorado su sistema inmunológico que es, por excelencia, nuestro defensor contra los ataques de patógenos.

2. Los criterios (antes de ser modificados por la OMS) para considerar la presencia de una infección como una “pandemia” indican que el nivel de mortalidad debe ser del 4% y el patógeno debe estar presente en una extensa mayoría de los países del mundo, condiciones que en el caso de la COVID, simplemente no se cumplen. Y esto obliga a preguntarse: ¿cómo es que lograron convencer no sólo a gobiernos sino a millones de ciudadanos que se encuentran ante un peligro monumental del que sólo se van a salvar si aceptan someterse a medidas prohibitivas de los derechos y las libertades consagradas en varias constituciones políticas nacionales? Pues con una fórmula que jamás ha fallado si nos atenemos a la historia: el terror creado merced de repetir infinitamente una mentira, la fórmula que a Joseph Goebbels y a su jefe, Adolfo Hitler les dio el resultado que buscaban.

3. En cuanto a las medidas para “proteger” la salud, hay una en particular que exhibe un nivel de irracionalidad que es difícil creer que no haya sido siquiera cuestionado por segmentos de la población mundial que se consideran “revolucionarios”, de pensamiento “alternativo” y analítico. Me refiero al uso de lo que llamo “bozal” y que ha sido impuesto bajo amenaza de encarcelamiento, multas elevadas y cierre de negocios pese a que la siguiente pregunta hace polvo la utilidad de esta medida: ¿qué ocurre cuando te subes a un avión, ingresas a un restaurante, a un gimnasio o al Congreso y te obligan a usar el bozal, para que momentos después te lo tengas que quitar para comer, beber, hacer ejercicio o hablar en tribuna? ¿Acaso el virus “decide” no atacar y espera hasta que te vuelvas a colocar el trapo? En el caso de los aviones y autobuses de pasajeros, la irracionalidad es apabullante ya que vas sentado junto al otro pasajero y apenas te separa de él un par de centímetros por lo que la reflexión es inevitable (para aquéllos que nos damos el “lujo” de razonar): si en verdad estuvieran convencidos del contagio inminente, en primer lugar, no sentarían a los pasajeros codo con codo y en segundo lugar, tampoco permitirían que se retiraran el bozal. La lógica de esto es contundente y no hay manera de dar una respuesta racional que justifique la obligatoriedad de esta absurda medida. Más aún, es igualmente incomprensible que se obligue a la gente a taparse la nariz cuando camina o corre al aire libre pues se limita el ingreso de oxígeno y se promueve la respiración de bióxido de carbono además de la acumulación de hongos, bacterias y virus en la tela del bozal. Y para empeorar la ya clara irracionalidad, se contribuye a contaminar un planeta que ya padece de un alto grado de contaminación. En suma, la medida es indefendible e injustificable. Y es tan absolutamente carente de lógica que hasta ahorita no ha habido alguien que ofrezca una respuesta aceptable.

Los argumentos que he recibido han sido insostenibles y en remplazo de la racionalidad, han sido intentos de manipulación emocional con frases como: “claro, no te importan el millón y medio de muertos por COVID”, o “no te importa que la gente se enferme por la irresponsabilidad de gente como tú”, entre otras lindezas que lejos de abordar con inteligencia la cuestión, son salidas tangenciales que intentan defender lo indefendible. ¿Por qué ocurre esto? Una de las explicaciones es que el nivel de acondicionamiento goebbeliano es de tal magnitud que ya no se ve lo evidente; ya no se aprecia la lógica y es el miedo el que domina las decisiones. En suma, la razón salió volando por la ventana. Desapareció dramáticamente del panorama, tal como parecen haber desaparecido todas las demás enfermedades y patógenos. La verdad médica incuestionable de que el miedo y el estrés son depresores terribles del sistema inmunológico y fuente de innumerables enfermedades de repente dejó de serlo. Hoy por hoy, lo que la mediocracia repetidora de mentiras difunde como “información médica” se refiere exclusivamente a la COVID 19, la entidad más famosa del planeta; la celeridad con la que ganó fama la envidia cualquier aspirante a estrella de la farándula.

En la historia de la humanidad, uno de los males más terroríficos que han causado inmenso sufrimiento e injusticia ha sido, justamente, la irracionalidad, la fe ciega en lo que “la autoridad” afirma. En el oscurantismo medieval, turbas enardecidas manipuladas por curas inmorales fieles a una jerarquía eclesiástica espeluznantemente corrompida y malévola, perseguían a personas cuyo único pecado era ser médicos o médicas, de origen judío o que exhibían alguna deformación o diferencia física. Los grados de crueldad exhibidos quitan el aliento. La cantidad de “brujas” quemadas vivas, torturadas y asesinadas de las peores maneras refleja lo que el terror es capaz de hacer en personas esencialmente buenas. Sin embargo, en ese entonces no se contaba con los avances científicos con los que contamos hoy; tampoco existía la Internet ni las plataformas mediante las cuales tenemos la información a la mano para que en combinación con la observación de la realidad, “atemos los cabos” y saquemos las conclusiones más racionales y lógicas, totalmente exentas de apasionamientos, terrores y emotividades que no conducen a nada bueno. Nada de eso está ocurriendo. Sólo grupos aislados de gente que nos rehusamos, por dignidad, a ser usados como conejillos de indias para beneficio de los vivales de siempre y que son los mismos que han implementado regímenes tan despreciables y depredadores como el neoliberalismo, somos los que seguimos exhibiendo la profunda malevolencia con la que se ha implantado en la mente de amplios segmentos de la población mundial, la convicción de que a menos que acepte ser sometida, está en peligro de morir…miedo, miedo y más miedo…

Esa vieja pero vigente irracionalidad es la que, tristemente, seguimos atestiguando en la defensa de medidas despersonalizantes y a todas luces nocivas, que buscan no sólo reducir al máximo la importancia de la expresión personal, de las reuniones sindicales y políticas, del fomento de los vínculos afectuosos que por milenios han sido uno de los pilares más valiosos de la relación entre los miembros de nuestra especie, sino calibrar hasta dónde pueden llegar en sus intentos de control y dominio global. Porque lo cierto es que han logrado que la propia gente sometida por el terror, actúe en contra tanto de sí misma como de sus vecinos. Han conseguido, con la misma técnica manipuladora que emplean con los ejércitos (el norteamericano es el ejemplo más emblemático) convencer a miles de soldados de que serán héroes y actuarán “por el bien de la Patria” si aceptan ir a asesinar a gente que ni siquiera conocen, porque representa un “peligro”. En el caso de esta “plandemia” infame, han logrado convencer, con discursos lacrimógenos y sentimentaloides, que los que nos rebelamos contra medidas arbitrarias e indefendibles (ya expliqué arriba por qué), somos unos criminales que merecemos ser denunciados a la policía e ir a prisión o ser penalizados con multas elevadísimas o cierre de nuestro modesto negocio.

Inicié esta larga reflexión con el título: “En la democracia el pueblo es el que manda”, algo que siempre sostiene nuestro Presidente y que apoyo, por supuesto, con esta salvedad: “…siempre y cuando el pueblo esté bien informado” y con justa razón: desde la prehistoria, los seres humanos hemos tomado las decisiones con base en la información con la que contamos. Si la información es incorrecta o sesgada para proteger intereses oscuros, nuestras decisiones pueden ser incluso fatales. Este es el caso. No hemos contado con toda la información necesaria, violando nuestro derecho a recibirla. Sólo nos han hecho llegar, repetidamente, mensajes diseñados para aterrorizar y manipular. Y el único que a nivel gubernamental, en todo el mundo, ha respondido de manera respetuosa, equilibrada y humanista, ha sido Andrés Manuel López Obrador, a pesar de todos los pesares y en medio de una presión infame por parte de la propia OMS, controlada por las poderosas corporaciones bancarias, farmacéuticas y tecnológicas. Sin duda alguna, en este panorama oscuro y revuelto, la figura de este ser humano excepcional es una luz al final del túnel del fascismo criminal e irracional impuesto por las mismas élites contra las cuales los verdaderos revolucionarios siempre lucharemos.

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